El que por su gusto muere, aunque lo entierren parado

POR Karini Apodaca

Hasta hace un par de años iba por la vida con una idea hippie sobre la belleza de los años que se acumulan. Pensaba en el lema de “madurar con dignidad”, hasta que alguien me presentó con Mr. Botox.

Acababa de pasar por quirófano para hacerme una muy anhelada cirugía de boobis y que, dicho sea de paso, se aprovecho para darle un shining a mi nariz. “Hasta aquí me quedo”, pensé. Así que de mala gana acudí a mi cita con el médico cosmetólogo para ver eso del tan mentado botox. Cuándo miré al espejo, como el gesto cansado había desaparecido de mi cara, me volví una fiel adoradora del botox y de mi cosmetólogo.

Las ojeras se fueron con unos pequeños piquetes, después de pasar una juventud en la cual no me había acercado ni medianamente a mi ideal de belleza. Por fin, casi a los 40 años, conseguí verme como siempre quise. Mi relación con el cosmeatra se volvió intensa. Él, alucinado porque no decía ni ay en cada pinchazo y yo dispuesta a demostrar mi temple para aguantar cuanta cosa deseará él hacer con mi cuerpecito; la perversión común que puede darse entre el creador y su obra la viví en carne propia en un trato que no salía de lo profesional y, sin embargo, con tantas palabras sustituidas con pinchazos, láser pulsado, botox y todo un mundo de aparatos para llegar al límite.

Sé que para muchos, esto es una frivolidad. Así pensaba yo hasta que probé las delicias de esas sesiones de pinchazos. Hubo un día en que recibí 95 piquetes para afinar ciertas áreas. Era toda una relación sadomasoquista que ambos gozábamos plenamente. Aunque la sesión era un día por semana, tenía el resto de la semana para quitar moretones e hinchazones, pero era algo que no se me daba la gana parar, el ansía loca por ver que pasaría en la siguiente cita era el todo que hacía llevaderos los días. Cuánto él sugería, yo cuál esclava clínica gritaba “Sí” dame más. Fluidos entrando a mi cuerpo, transformándolo, haciéndolo sentir vivo… Y después de probarlo todo, llegó el día en que ambos supimos que sería el último; ya no había nada más por hacer. “Fuimos demasiado ambiciosos”, dice Peter Coyote en Luna amarga.

Tal vez es crudo, pero la belleza cuesta y cuesta un buen. Esta belleza que hoy nos exige tanto es sólo para estar dentro de los parámetros de la imagen del éxito; como reza el dicho: “sólo hay mujeres bellas o pobres”. Y no es por nada, pero acabo de ver una película con Salma Hayek y vaya que le hizo bien su matrimonio con el millonario, se ve como nunca se vio. Aclaro, no somos sólo mujeres las que invertimos en ella: la sala de Mr. Botox estaba llena de hombres también.

En fin, la vida sigue, y el mundo no cambiará el ritmo acelerado que lleva. Nos guste o no la realidad se impone y ahora busco al next para mis tan intensas sesioncitas.

Ilustración de: Alexia Sinclair

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