Contigo la milpa es rancho y el atole champurrado


Debo reconocer que la nueva ventana me viene bien. A las siete de la mañana empieza a colarse un sol tibio que roza mi piel y me llena de calor. Lo mío es bajar desnuda y sentarme a tomar mi café, siempre igual: dos sobres de canderel y un chorro de leche carnation. Lo bueno que a esas horas JL duerme el sueño de los justos, porque cada que me ve danzando así pone cara de susto y pregunta casi afirmando, yo diría suplicando “se te olvida que hay ventana, ¿verdad?” No se me olvida, pero la ventana da a un jardín olvidado de todos. Y reconozco que me divierte su cara de angustia. 
La taza calienta mis manos, inhalo profundamente mi cigarrillo y doy el primer sorbo al café; mientras, me dejo llevar a donde quieran llegar mis pensamientos. A veces es a la agenda, a veces a otros lugares y momentos no siempre del pasado. 
Por la tarde, si hay sol, me gusta subir a la azotea con mi cigarrillo en una mano y en la otra mi coca zero; soy fanática de fumar bebiendo algo. El cigarrillo solo no me va. Me lleno los ojos de cielo con volcan nevado a la distancia, de los sonidos de las cinco de la tarde y sigo adelante.
A veces puede ser tan fácil vivir bien y en otras uno se empeña en joderse el existir; porque si, que soy intensa, lo soy; si despierto con la vena depre, ya sé que buscaré hasta debajo de las piedras para sentirlo así. Tengo la mala manía de atascarme de mis sensaciones y emociones, pero no se me ocurre otra forma de vivir.

Hay días que soy toda una misántropa.
Si algo me gusta, lo repito y repito. He tenido frenesí por los polvorones sevillanos; era tal el gusto que recorrí todas las panaderias de Guadalajara, conocía cuál era la mejor hora para comprarlos y en dónde sabían mejor; y de pronto esa gran pasión desapareció y nunca más volví a comer uno. De los polvorones pasé a los cuernos de chocolate. Había tardes que sentía que la garganta se me cerraba por un cuerno de chocolate, una tarde que se me hizo tarde a la salida del trabajo llegué a la panaderia para comprobar que los cuernitos habían volado, desesperada le pregunté a la dependienta a que hora había vendido el último cuernito; después llegaron las hamburguesas, las mcpatatas, los helados de nutrisa, las guajolotas, y esta semana creo que ha empezado mi nuevo vicio… ay, qué horror , llevo comiendo mazapanes toda la semana.
Otra cosa que esta semana me ha quitado el sueño, es un dremel; me gustan las herramientas. Cuando se me atraviesa alguna idea me revienta tener que esperar, asi que por eso he dado con tener todo tipo de herramientas. El problema es que un dremel realmente no lo usaria a diario y JL no ve caso en comprarlo; traté de convencerlo, pero entre más me conoce, más sabe cómo zafarse de mis tácticas persuasivas. Hasta de broma le dije que me veria hermosisima con un dremel en la cabeza cual sombrero y que además podía usarlo hasta de batidora, pero no, no cayó. El domingo pasado fuimos al tianguis y me dijo: “Mira, ese puesto siempre tiene todo tipo de herramientas”. Emocionada, pregunté: “¿Si hay un dremel, lo compramos?” El sonrió y dijo No. El resto del camino me fui con mi cara de que culera es la vida. Digo, tampoco estoy pidiendo una retroescabadora. No entiendo por qué no se puede comprar un dremel, es como comprar películas: no se ven a diario, pero quieres tenerlas para cuando se te antoje.

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