De lejos se reconoce al pájaro que es canario


El otro día comentaba con Bernardo, que también es un obseso del cuidado del cuerpo como de la estimulación del intelecto, sobre mi amá y su forma de cuidarnos la autoestima.
Cuándo tenía como 10 años, era una niña algo robusta; a esa edad pregunté: ¿mamá, estoy gorda? Y ella contestó, con ojos de mama gallina enternecida: “No… estás sana”. Y mi cabeza se ocupó de otros asuntos hasta llegar a los 14 años, cuando, dicho sea de paso, ya no era medio robusta; mejor dicho, tenía el tamaño de lechoncito navideño. Volví a preguntar: ¿mamá, tú crees que estoy gorda? Mamá respondió: “No, hija, eres una persona sana”.
Esta vez no me ocupé de otras cosas; pasé una tarde completa frente al espejo, sin entender por qué ser sano tenía que ir acompañado de lonjitas, bultitos en los muslos y un pecho hinchado y robusto como el de las palomas habaneras. Cuando llegué a los anhelados 15, el valsecito quinceañero no era mi anhelo de celebración ni tampoco las parafernalias que le acompañan. Llegar a los 15 fue para mí: licencia para dieta, dieta que hasta el día de hoy me acompaña.
Fue para botarnos de risa cuando me contó Bernardo que en su momento la misma pregunta recibió la misma mentira piadosa de nuestra amá. Lo curioso de todo es que cuando Bernardo llegó a la preadolescencia ganó bastante peso. Se la pasaba horas –que al sumarse se hicieron añitos— frente al televisor con el control de alguna consola de videojuegos. Tanto que en el álbum familiar existen fotos de la sala donde lo que cambia es el modelo de los muebles y de la consola de juegos, en todas aparece mi Berna con su mejor amigo: un control.
Llegada la adolescencia, Berna creció bastantes centímetros y se volvió delgadísimo, tanto que en algún punto se volcó en los deportes para tomar volumen con masa muscular. En ese momento, de forma secreta, Bernardo entró con membrecía platinum a mi club de narcisos. Y ese lugar lo mantuvo por años. Caminatas juntos para estar en forma, además de hacer un invaluable intercambio de reflexiones y recomendaciones de música, libros y demás…
Este día también me enteré de la causa real del qué que proyectó a Bernardo al mejor lugar de mi club secreto. Jajajaja, lo pienso y me da risa. Bernardo bajó de peso en ese entonces, no por vanidad, no por quedar bien con las chicas de secundaria. Mi Berna perdió peso, porque llegó al punto máximo de su adicción por los videogames, al colmo de no parar ni para comer.
No cabe duda, los motivos del lobo siempre serán distintos en todos. Aun con esta nueva, Bernardo siempre tendrá la membrecía platinum en mi club. Es mi yo en masculino.
Ambos pensamos que la belleza no está peleada con la inteligencia, una sin la otra se vuelve simple.

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