Cuando niña me gustaba jugar
con las muñecas de papel. Sí, ésas que son de cartón, ilustrado o que la ropa
también está dibujada y que se la colocabas al pasar unas cejas en el cartón
más rígido de la muñeca.
Mi madre, que siempre estaba
cuidando la economía familiar, solía guardar los cartoncillos que venían en el
empaque de las pantimedias. Sí, también por aquellos años era impensable no
usar medias o pantimedias si una mujer utilizaba falda o vestido… Qué tiempos
aquellos.
Bueno, ella guardaba estos
cartoncillos y después los usaba para dibujar
mis muñecas, las cuales yo coloreaba y recortaba; pronto aprendí a
dibujarles la indumentaria. Así que mis horas de juego con las monas de papel
eran muchas.
Donde había problemas, y
siempre fue así, era cuando acudía a mi madre para que me dibujara una nueva
modelo. Una mañana le solicité que me dibujara a la Mujer Maravilla, si, a Marvila. Recién comenzaba a trasmitirse la
serie por televisión y a mí se me hacia bien chida la vieja con su lazo de la
verdad, sus botas rojas y la ondulada cabellera al viento. También, recordando,
siempre se me hizo rarita la forma en que su traje se veía tan híper rígido; de
niña pensaba que se debía a que era como su escudo; ahora sé que era por el
madral de varillas para sostener el mito del cuerpo perfecto en ese entonces de
Linda Carter.
Total, mi madre se sentó y comenzó
a dibujarme la tan anhelada Mujer
Maravilla; ya casi la terminaba y yo traía jeta de pocos amigos. ¡Ufff!, expresé
para llamar su atención. Ella me miró y me pregunto qué pasaba. “Pues que así
no es Marvila, ella es más delgada. Y tiene las piernas más largas, el cabello
con más volumen, la cintura más marcada; además esta Marvila que hiciste tiene
la cara fea”, exclamé.
Mi madre, que también porta su
carácter, me mando a Philford sin boleto de regreso. Me contestó: “Pues si no
te gusta, hazlo tú”. Y se fue.
Si hay algo que me define es el
orgullo, pensé: primero muerta antes que volver a pedirle que me dibuje una
Marvila. Dibujé todo el día hasta lograr la muñeca deseada.
Desde entonces
puedo pasar horas dibujando y también desde entonces si algo me propongo lo
hago porque lo hago. Y lo hago yo misma, para que así quede como yo quiero.
No veo criticable esta
anécdota, de no haber sucedido esto. No hubiera llevado la vida que llevo, ni
traería en mis memorias tantas vivencias de las que me siento orgullosa. Me he
acordado de este momento porque gracias a que mi madre es como es, yo terminé
siendo como soy.
Hoy es su cumpleaños, sé por
ella, que a veces se flagela pensando en todo lo que no pudo darnos. Pero al
final, mamá, somos responsables de lo que elegimos ser. Soy feliz como soy y
este momento narrado me marcó de por vida y para bien.
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