Al que se ha de condenar, es por demas que le recen


Desde muy niña he tenido una gran pasión por la tierra; no la tierra como planeta o ideología ambientalista. La tierra como elemento, como alimento, como materia prima de mis más viejos placeres.
Primero la sensación de sentir como mi garganta hasta se cerraba de anticipación, al encontrar en algún muro de adobes alguna minúscula piedra pómez, que al meterla en mi boca la dejaba impregnada de sabor a tierra, habito que pronto corrigió mi mama; o eso es lo que ella pensó porque aun a los catorce años seguía haciéndolo.
Tremendas regañadas recibí de ella al regresar de jugar en el jardín de la casa con el vestidito de olanes –que, dicho sea de paso, aborrecía— lleno de lodo, al igual que mis calcetas y mis zapatos ortopédicos. Ah, porque cómo odié desde niña los vestidos rosas con moñitos y holanes; mi madre me obligaba a usarlos para salir a visita, pero lo mío, lo mío era un vestido que más bien parecía túnica de color azul marino con unas flores enormes y monocromáticas; además, cuando me lograba escabullir del cepillo andaba con mi túnica y greñero al aire; me sentía reina de las hadas. Para mi mamá, era la madre de los vientos.
Con más años descubrí lo increíble que era plantar una semilla y observar día con día cómo de ella emergía primero algo semejante a un gusanito blanco, que a la mañana siguiente brotaban unos capullos verde tierno, que terminaban siendo sus primeras hojas. Cuando mi mamá me dio permiso de poner una parcela de un metro cuadrado en el jardín y cultivar en ella las semillas que mi madrina Lety me había obsequiado me sentí frondosa cual lechuga, cuando a manera de tributo le entregué a mi madre la primera calabacita criolla. Muy adustamente, la escuincla que era, le di la indicación que la agregara picadita en la sopa de pasta de ese día. Y pomposamente no me cansé de exclamar lo riquísima que estaba la sopa hecha con mi calabacita; jajajaja, que si hacemos sumas y restas, una móndriga calabacita para siete porciones de sopa de pasta, nos comimos como tres cuadritos per cápita. Pero para mí fue como estar sentada en la cabecera de la mesa. Ja, que además era redonda.
Mi gusto por el cuidado de las plantas ha perdurado. Me agrada arreglar personalmente mis jardines, aprecio tener un buen par de tijeras de podar y unas alicates para troncos leñosos. Si por herramienta para jardinería la falta de ella no me detiene, hasta la cuchara sopera es buena para hacer un hoyo en la tierra. Pero mi regla –que al día de hoy no he roto— es que en mis jardines sólo puede haber flores blancas.
El gran duque y el huele de noche son de las imprescindibles, al igual que dos varas de nardos en el centro de la mesa. Pero mi gran fascinación del jardín son las gardenias; me gusta tanto su flor como lo efímero de ella. Sólo 24 horas dura en todo su esplendor; si una sola gota de agua le cae durante el día es suficiente para que se manche la flor. 
Hoy abrió su primera flor la gardenia de esta casa. Ayer por la tarde tímidamente comenzó a asomar su blancura y hoy por la mañana ya estaba completamente abierta la muy descarada llenando el pasillo con su aroma, gritándole al mundo su presencia; sé que para la noche ya tendrá unos ligeros hilos amarillos bordeando sus pétalos, y mañana estará ya manchada.
Esta mañana por fin tengo claro que llegué para quedarme: la primera flor de mi gardenia ha nacido.

ESPERA
MUNDANA magazine, Letras para las mujeres del Nuevo Siglo

Comentarios

hemabon ha dicho que…
Karini: no me gusta corregir, no es agradable, sobre todo cuando lo que lees te gusta. Sin embargo como amigo me siento obligado antes que alguien lo haga de mala fe. Olán no lleva h. Me gustan los jazmines como el de la foto, el galán de noche y muchas otras flores blancas, algunas etéreas y efímeras.
Amaranta ha dicho que…
¿El galan de noche es el gran duque?