Debes Creer…

Cuento por Karini Apodaca

Debes creer cuando te digo que esa noche yo no quise matarte.
¿Recuerdas que habíamos quedado en ir a la fiesta del Simón? Llegaste por mí. Yo, desesperada, esperaba con el vestido ése que a ti tanto te gustaba y que a mí me gustaba usar, porque me decías que parecía puta y eso a ti te prendía. Siempre terminábamos en algún estacionamiento, me lo hacías tan intensamente, que una vez anduve adolorida toda la semana, sin poderme sentar. Claro, de eso ni te acuerdas porque nunca te lo conté. Pero del vestido. sí te acuerdas, ¿o qué?
El caso es que llegamos a casa del Simón, ahí estaban todos los cuates, pero también estaba la resbalosa ésa, la que tú decías que no te movía ni tantito; tal vez siempre que lo hicieron era ella la que se movía…

No vengas ahora a ponerme esa cara. Encima que no me dejas dormir, tener que aguantar tus genios ya es mucho, ¿no crees?

Está bien, te sigo contando ¿Seguro no te acuerdas nada de esa noche?

Siempre creí que ese tipo de cosas no se olvidaban; no cabe duda una nunca termina de aprender. Bueno, ya, sigo pues.

Te decía que estaba la vieja ésa. Apenas llegamos, que se te arrima y te empieza a decir que si bailaban, que si la otra noche había sido muy padre, y sobándose las chiches en tu camisa. ¿Y yo? ¿Yo que hacía? Yo con mi cara de “pendeja, aquí no pasa nada ¡Típico! Te toleraba tantas cosas, pero esa noche yo traía mis planes y nomás eran para ti y para mí solitos.
Así empezó re mal la noche, porque tú, corriendito, ahí te fuiste de facilote a bailar, y no conmigo precisamente. ¿Qué yo que hacia? Nada, arremolinarme en la silla, pero no porque quisiera bailar, sino para bajarme el coraje entripado que sentía; en eso, fui al baño.

¿Ya te acordaste, no?

Ahí en el baño me encontré con la Rosa. Nomás me vio y supo que estaba encabronada; luego, lueguito, se me acercó y me dijo, recorriéndome toda con la mirada: “¡Ay!, chiquita, andas que te lleva el tren, ¿verdad? Toma, échale una fumadita para que se te baje.
Yo, encabronada, no pienso, ya me conoces. Le fumé varias veces y comencé a sentirme ligerita, ligerita. Rosa me veía divertida. Cuando me caí, fue ella quien me ayudó a levantarme, mientras, como quien no quiere la cosa, me dio dos que tres sobones. Me sentó en el lavabo y se arrimó; yo no hice nada por alejarla, sentía bien bonito cómo deslizaba su mano por mi pierna y después sus dedos jugando en mi jardín; bueno, tu jardín, porque siempre dijiste que era tuyo.

¿Te vas a enojar por eso? Tú me pediste que te contara.

La verdad, ya siendo sincera, Rosa me tocaba bien rico; tú nunca me besaste así, jamás pasaste tu lengua por tu jardín y Rosa hasta lo podó. Eso sí, aclaro, nunca me besó en la boca.
Al rato nos vestimos y salimos juntas a donde estaban todos. Tú me andabas buscando y me encontraste con Rosa; te enojaste tanto que te pusiste bien rojo, gritaste frente a todos, apretaste mi brazo y a rastras me llevaste hasta la calle. Me empujaste contra el coche en que veníamos, yo iba harto mareada, no terminaba de entender qué hacías; sentada sobre el cofre me gritaste, “ahora verás lo que es una buena cogida”. Tironeaste mi vestido de puta y ahí, frente a todos, me levantaste la falda. Me empezaste a coger arriba del cofre, yo sólo veía las lucecitas en el cielo, imaginaba que alguien nos veía, porque oía voces. Sin embargo, sólo podía ver las estrellas ir y venir al ritmo.
Terminaste y gritaste que sólo tú podías cogerme. Y eso me hizo reaccionar, porque me había gustado más cómo me chupaba Rosa. Harta de ti, te empujé, te comencé a golpear y sentí dónde guardabas la navaja, que terminé clavándote una y otra vez, sin que nadie pudiera detenerme.

Ya no llores, cada puñalada fue por las veces que no me cogiste como lo acababa de hacer Rosa. Además, la chavita ésa, la resbalosa, ya se casó, así que no estará sola; yo. nomás salgo de aquí y me voy con Rosa.

¿Ves que no era mi intención matarte?

Qué bueno que me entiendes. Cuando te vuelvas a sentir solo o con ganas, vente conmigo, que a mí sí me gusta hacerlo, aunque estés muerto.
…Así, suavecito, no tan fuerte…
…Te ha sentado bien estar muerto, ahora lo haces mejor…
…Así… Ya casi… no te detengas…
Creo que yo también ya chupé faros.

Comentarios