Con el corazón apachurrado


Por algunos años encontré un placentero consuelo en nadar, el zumbido que aísla tus oídos del ruido a tu alrededor, sentir lo frio del agua presionando tu cuerpo, perderte en tu respiración y pensamientos mientras miras las burbujas que brotan de cada brazada, fue por un tiempo el sitio que más seguridad me brindó.

Hoy Nicolás ha regresado a Guadalajara, después de estar conmigo por casi quince días, y si bien lo reconozco, es difícil seguirle el paso con sus mil preguntas por minuto, llenó mis días de un calor que hace tiempo no me permitía experimentar. Juntos íbamos de compras y era agradable escuchar una voz sugiriendo alguna descabellada solución a un mal menor. Aunque inquietante y preciso para en el momento más complicado exigir mi atención, lograba hacer que cualquier momento de exasperación pasará al olvido con su constante intención de echarte la mano, por más que se le explicara que no era muy buena idea que lo hiciera.

Desde muy pequeño Nicolás ha tenido talento para observar y poder expresarse en temas que entre que es niño y es varón, no esperaba encontrar en él esta característica. Cuándo hablé con su hermano mayor y él sobre la separación de sus padres, Nicolás me solicitó cita de cinco minutos para preguntarme sobre el enojo que había en mi corazón.

Ha sido doloroso regresar a casa ahora que ya no está, encontrarme con la plastilina que ha dejado en algún rincón, retomar actividades sabiendo que faltan muchos días para volver a disfrutarlo nuevamente.

Hoy solo deseo hundirme una vez más en un gran tanque de agua, sentir mi cuerpo presionado, mi respiración limitada y olvidar que no todas las mujeres podemos ser madres convencionales.

Comentarios