Es más fácil contener la corriente de un río, que a la mujer cuando se obstina

POR Karini Apodaca

Cuando una mujer se divorcia entra a una segunda adolescencia. Tenía 33 años cuando lo hice; mi hermana menor había pasado por el mismo transe unos meses antes y, dadas las circunstancias en que se dio mi separación, mi hermanita me dio asilo político por un tiempo.

Ambas sobrevivientes de un corazón roto nos curamos las heridas con largas noches de terapia de galletas Maravilla; viernes tras viernes pasábamos horas ahogando nuestras penas en sendos vasos de leche, en los que sopeábamos las galletas maravillas hasta terminar con la caja.

Una noche, Melaña se lamentaba de no haber salido a acampar con su pequeño y yo, rápida, me ofrecí a ayudarle a disfrutar tan independiente experiencia.

Ja, si yo soy Wonder Woman y Juan Camaney en una sola persona; entre mis triques contaba con una casa de campaña tipo iglú, extra fácil de armar. Así que programamos todo para ir al campo a pasar la noche con nuestros hijos.

He de confesar que mis acampadas previas eran en la playa, con hielera y botanas, y por no más de día y medio. Pero qué tanto es tantito, pensé. ¿Cuánto puede cambiar de la playa al bosque?

Pues empezamos felices la aventura, subimos casa de campaña, comestibles, niños, y al sugerir Melaña las cobijas, la bestia de mí recordó las palabras del scout que pasaba a portar el titulo de ex señor de Apodaca:  “ no se necesitan cobijas cuando acampas, el calor que generan varias personas dentro de la tienda es suficiente” Y hay va esta crédula a creer. Estoica, le indique a la Melaña que no era necesario llevarlas.

Llegamos a un lindo lugar en el Bosque de la Primavera, cerca de una riachuelo, donde poéticamente vimos a nuestros hijos chapotear y llenarse de lodo. ¡Ah, qué felices las viejas éstas recién divorciadas, riéndonos de nuestro gran logro y emancipación! “Podíamos acampar sin viejos”.

Ya puesta la casa de campaña, y después de pasar cerca de una hora auyentando unas vacas que insistían en comer en la misma zona donde habíamos instalado nuestra residencia de campo, decidimos prender la fogata. Unas latas de alcohol resolvieron el problema; yo, con cara de “tengo viejas, masco chicle turururu”, miré a Melaña exclamando: “Ves que fácil fue”. Si te digo que una no necesita viejos.

Después de que Nico se quemó un dedo con malvavisco caliente y la oscuridad total nos hizo meternos en la residencia campestre, fue ahí, justo ahí, donde comenzó el suplicio.

¡Ay mi madre! La temperatura bajó tremendamente, el calor de todos dentro no fue suficiente para estar siquiera tibio, las paredes de la carpa se llenaban de agua que el frio condensaba, así que si tocabas algo el muro sabías que aparte de frio te mojabas.

Toda la santa noche soñé que miraba mi reloj y por fin eran las seis de la mañana; despertaba y no habían pasado ni quince minutos entre sueño y sueño… Cómo me acordé de mi ex suegra y de su scout hijo.

No hay mal que dure cien años. El sol comenzóa salir y, ya muerta de frío, decidí salir a prender nuevamente las latas de alcohol y calentarme con el mínimo fuego que éstas daban.

Al poco rato salió la Melaña con cara de malos amigos; igual que yo, había pasado una noche fatal.

“Pinchi vieja, eres una mensa ¿Cómo se te ocurrió que sin cobijas podíamos pasar la noche?”

Mejor ni le aclaré de dónde venía el consejo, más mensa hubiera sido. Aguanté bara y mañana completita sin que me dirigiera la palabra.

En fin, el sol nos llenó de calor; contentas levantamos el campamento; con frío y todo habíamos sobrevivido y lo hicimos “sin vejigas para nadar”.

Ilusionadas regresamos con la frente en alto mientras cantabamos una y otra vez “I just want a feel…” Nuevamente éramos marida y mujer.

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