La que tiene desesos de ver, tiene deseos de ser vista

POR Karini Apodaca

Mi vecina duerme con la ventana abierta y yo, la escucho cantar la vieja canción de un adiós repetido en el catálogo de sus personajes que cada noche, haciendo de su cuerpo una fiesta, deambulan por ella entre luces y sombras (Performance por Guillermo Ochoa Montalvo)
Cuándo mi laptop comenzó a agonizar, hace cerca de medio año, muy a mi pesar tuve que hacerme a la idea de cambiar de equipo. Me dolía dejarla porque fue una confidente excepcional, guardiana de todos mis secretos, compañera de noches completas de aprendizaje, oyente de mis pensamientos que dejaba registrados en su teclado. Pero era innegable que la carga de trabajo a la que había sido expuesta había anticipado su final.

Terminé comprando un nuevo equipo, ya no una lap; sólo mi pergie ocupará ese lugar por un tiempo. Mi nuevo centro de trabajo es un pc all in one, buena pero jamás será pergie.

Cuando me encariño con algún objeto que de una forma u otra siento vinculado a mi vida de forma más emocional que práctica trato de que su siguiente usuario le dé un buen trato, tanto o mejor que el que yo le di. Pergie no sería la excepción, se la obsequié a mi hijo Abraham, quien con la cara iluminada de emoción, su primera computadora y además lap, con tono de soy el dueño del mundo, me aseguró cuidarla. Inmediatamente le compró algunos accesorios que le aseguraran una vida cómoda; y las reparaciones para que pergie fuese lo que un día fue se hicieron.

Con un equipo no portátil, la mesa del comedor a lado de mi tan anhelada ventana de comedor dadora de sol matinal pasó a ser obsoleta para tales fines. Así que me vi en la necesidad de ubicar un nuevo espacio de trabajo. Compré un modular para mi nuevo amigo –sí, mi nuevo equipo se llama viandante—  y terminé ubicando a viandante y su mueble en una habitación en la planta alta. Este dormitorio que extraña vez se usa está en la parte trasera, y… ¡también tiene una ventana!

Mi nueva ventana está más alta. Puedo mirar al monitor o mirar al Izta, porque la ventana está a lado, así que me pasó horas cambiando la vista de una ventana a otra, en una observo mi entorno virtual que es más real que mi ventana Izta.

En mi ventana virtual tengo amigos, comparto información, videos sorprendentes, música, si bien de todos estos amigos que puedo observar y disfrutar no conozco de la mayoría el color de su mirada, de ellos sé sus emociones, estado de ánimo y hasta sus secretos.

Hace tiempo que trabajo de noche, es mejor; por mi ventana Izta entran los rumores lejanos del atardecer, el sonido de los tráilers frenando con motor, que desde niña he pensado que saben a nostalgia y a amores lejanos. Autos que se mueven en la rápida inercia de esta ciudad dejando  una estela de vida a la carrera. Después poco a poco se apoderan del entorno los sonidos de la noche, que son los que más disfruto, tenues, silenciosos, siempre hablando quedo. Ladridos de perros que se van apagando, alguna campana anunciando la hora de salir por el pan, los besos y manos ansiosas de los amantes que en el silencio sus roces son gritos de vida.

Mi ventana me permite mirar la vida de otro compañero del gremio de los desvelados. Instantes después que enciendo mi luz se enciende la de mi acompañante en este nocturnal, y no lo sé de cierto, pero podría asegurar que él también se va a dormir cuando lo hago yo.

Ha secado mis lágrimas de tristeza y celebrado con mis triunfos, le he visto alegre porque su luz, cual luciérnaga, en esos momento parpadea más que las noches en que esta pensativo. Cuando la nostalgia le inunda la noche y torna las luces en azul, trato de alegrarle apagando y prendiendo varias veces mi luz, somos los únicos habitantes de este universo en duermevela. Donde sin tocarnos nos sentimos, sin oírnos reconoceríamos nuestra voz en una multitud. Y es que le conozco tanto que, aun cuando su cortina jamás ha sido abierta, podría dibujar su sonrisa.

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