Dado, regado, puesto en la puerta y arrempujado

POR Karini Apodaca

Cuando ingresé a estudiar arquitectura me tocó el turno vespertino y un grupo realmente pequeño y, dentro de él, sólo había tres mujeres: Gaby, Vero y yo.

Gaby y yo éramos unos troncos en menesteres de relaciones con el sexo opuesto, pero Vero, que estaba recién desempacada del puerto de Veracruz, hizo rápidamente amistades a diestra y siniestra. Así que poco a poco se hizo común que el grupo de Vero's friends pasará por el salón a saludarla y, de pasada, a Gaby y a mí.

Después de algún tiempo, Vero me hizo notar que uno de esos visitantes andaba tras mis huesitos y yo, emocionada, porque a los diez y ocho lo que me importaba era tener novio sin importar quién fuese; la meta era decir que tenías novio. Apenas recibí la noticia del pretendiente en cuestión decidí poner de mi parte algo para que se armara el cocido.

Con la excusa de un trabajo le solicité prestados algunos libros, que francamente no necesitaba; mi padre también es arquitecto y libros del tema sobraban en la casa, pero pensé que esa sería la mejor excusa.
El susodicho en cuestión veloz aceptó ayudarme, pero el día que había quedado en llevar los libros por no sé qué razón no pudo cumplir con su parte. ¡Qué mejor!, pensé, y le di la opción de pasar por ellos a su casa; él decidió que mejor los llevaba a mi casa, él, personalmente y en persona, así que hubo el consabido intercambio de teléfonos.

Por fin quedamos que los llevaba x día por la tarde. Ese día, emocionada cual buena señorita bien de provincia, me puse a hornear polvorones para agasajar al susodicho, a limpiar la casa como si fuera la suegra quien me visitaba, la mascarilla para el cutis fresco y elegí lo mejorcito de mi guardarropa; imaginarán a esa edad y sin novio en mi haber, la ocasión era todo un suceso.

Tocó la puerta justo a la hora acordada. Debo aclarar que en esos tiempos esto del asunto de los ligues y los novios era materia completamente desconocida para mí, y que lo más normal para la situación fue invitarle a pasar a la sala; digo, a mí eso de recibir visitas en la banqueta es como echar novio estilo chacha.
Pero creo que el susodicho malentendió mi invitación, porque una vez invitado, alguna excusa dio y no comió ni uno solo de los móndrigos polvorones que había preparado para él. Después de esa tarde cambió por completo, dejó de pasar a mi salón a visitarme y literalmente fue una odisea regresarle sus mentados libros. Nunca entendí qué le sucedió.

Ése sería el primero de muchos casos similares. Soy despistada para darme cuenta que alguien anda echándome el perro, pero una vez que me doy cuenta de las intenciones y reacciono favorablemente, ellos salen volando hasta perderse de mi horizonte.

Hace tres semanas me encontré un gatito ronco y ha sido toda una historia de rehabilitación emocional su andar por esta casa. Se la pasa maullando detrás de mí, pero, apenas lo miro, sale corriendo a esconderse, igual a los susodichos de mi vida.

Me queda claro que la situación de Fredo, mi gato, la entiendo. Fredo seguramente fue muy golpeado mientras vivió en la calle y eso le hizo temer de los humanos; en estas tres semanas hemos ido avanzando; primero comenzó a estar en el mismo espacio que yo. Sí, Fredo me gana en lo alegoncito; apenas salgo y a mi regresó sé que encontraré su reclamo por haberlo dejado solo, aunque aún no se deja acariciar fácilmente.

Apenas el miércoles, mientras yo trabajaba, se fue acercando y con maullidos y palabras se fue relajando el Fredo éste, pero apenas estiró su garra y, al tocarme, ¡zum!, volvió a salir disparado a esconderse.

Lo que aún a estas alturas de la vida sigo sin entender es por qué si un hombre empieza a acercarse, una vez que aceptas sus constantes atenciones, huyen cuáles Fredos, y aclaro que hace mucho que dejé de hornear polvorones para recibirlos en casa. ¿Qué les asusta a los hombres de las mujeres?

Comentarios

Stilgar ha dicho que…
Encantador nena, me has hecho el día.

Entiendo a los Fredos, los mas hemos vivido tanto tiempo en la oscuridad del desamor; que hasta la resolana nos asusta, y siendo tu tan luminosa, como no temerle a tu mirada que deslumbra...