Autopistas

POR Karini Apodaca

Cuando muy niña jugaba con mis amigas a las barbies, parte del juego consistía en ataviar a nuestra avatar y describir que edad tenía y su estilo de vida, mi hermana Tarsis siempre jugaba a que tenía una combi y estaba casada. Mi barbie me gustaba soltera, trabajando y viviendo en un departamento sola en donde algunas noches su novio pasaba a visitarla y después de una cena íntima se amaban más y más.

La idea de ser una mujer autónoma me gustaba ya desde entonces, así que con el tiempo me he ido habituando a ver la cara de sorpresa en algunas personas por mi manía.

Cuando compre mi primer auto de agencia, la vendedora asombrada me preguntaba el porqué no iba acompañada por alguien, y francamente no hay palabras para explicar lo bien que me sentí cuando me incorporé dentro de mi nueva adquisición en el trafico de Gdl.

Acumulando proezas simples que para mi han sido “mis grandes triunfos” he ido dejando atrás mitos heredados, pero también tuve que aprender a poner cara por hacer cosas que muchas mujeres no se atreven a vivir, y sé que no lo viven, no porque no quieran, sino porque el miedo y la falsa idea que siempre algo nos pasará las deja en la línea de espectadoras.

El jueves por la mañana regresé al DF, manejando ante la atónita mirada de mis padres que no terminan de acostumbrarse a esta hija que tienen. Me siento tan libre cuando manejo en carretera, me llena la idea de no pertenecer a nada, de poder subir en un auto mi existencia e ir y venir conociendo, viviendo y llenando mis ojos del paisaje que se va quedando atrás.

Este jueves he tenido compañeras de viaje: Nanis, mi hermana y Julieta mi ahijada. Y ahí íbamos, tres generaciones recorriendo el camino de Guadalajara al DF. Para mi existía la gran duda si alguna de ellas experimentaría el gusto que tengo por ver amanecer en el camino.

Apenas clareando el día, estaba entroncando la carretera que conecta la autopista de occidente con la autopista a Queretaro, justo en el momento que el sol nuevo llena el campo de bruma desmañanada y colores tiernos nuestro camino nos llevaba a ir atravesando el lago Cuitzeo, emocionada le dije a mis compañeras “Mira que belleza” mientras nos internábamos en ése magnífico trayecto rodeadas de agua.

Julieta no paraba de gritar “Abba, abba”, le pasé la cámara a Mariana que vencida por el sueño alcanzó a tomar una fotografía de ése momento para después caer vencida por el sueño.

Julieta y yo emocionadas no parábamos de mostrar nuestra emoción, ambas con el corazón desbocado y los ojos radiantes intercambiábamos miradas. Dicen que los niños tienen personalidades parecidas a su madrina. Mi madrina es una mujer independiente y pionera de un matrimonio equitativo, algo nuevo en su momento en nuestra tradicional y políticamente correcta familia. Julieta además de no tolerar el cepillo por su enmarañada melena disfruta de verse guapa y emocionarse con los accesorios, además de amargarse cuando pasa varios días seguidos sin salir de casa.

Espero que Julieta aprenda más rápido que yo, que la felicidad es una actitud, no es con una pareja o bienestar económico como se obtiene. Que todas las personas en nuestra vida, nuevas o conocidas, son como ella en éste viaje, compañeros de camino y llegado el momento con una sonrisa y gratitud hay que dejarles partir manteniendo los brazos abiertos porque nunca sabemos en que parte de nuestro trayecto volveremos a compartir camino.

Comentarios

Javier España ha dicho que…
En el párrafo que empiza,"Apenas clareando,..." (La del alba seríá...), la palabra "justo" ¿A quién hace justicía? ¿A la frase anterior a ella, o, a la posterior a ella? ¿o, "justo..., emomocionada..."?