Chona la Tejerra

POR Karini Apodaca

Uno de los paisajes que me acompañará como uno de los más bellos es el que vi hace tres años viajando de Toluca a Tenancingo.

De Toluca rumbo a Tenango, lo primero que disfrutas es un largo trayecto en recta con un enorme camellón rebosante de sauces llorones que tratan de aferrarse a los autos que circulan por debajo de ellos, sus lánguidos brazos tratan de envolverte invitándote a perderte en su cambiante follaje.

Pasando Tenango inicia una carretera rural donde inmediatamente un paisaje boscoso será tu nuevo acompañante; vas dejando atrás pueblos pequeños que tímidos se asoman al borde de este camino que, no por ser de dos carriles, es poco concurrido.

Las curvas son ligeras y te van llevando poco a poco a un deleite visual. Por fin aparece El Capulín, que indica lo mejor; apenas 100 metros adelante comienza una pendiente bastante larga y sinuosa, donde de un plomazo verás un valle a tus pies; los colores de los invernaderos y el verde juegan a entrelazarse, es el cultivo de flores lo que vuelve éste lugar mágico.

Al principio, con miedo recorría esa bajada llena de curvas traviesas y arriesgadas; con el tiempo jugaba a medir el tiempo que tardaba en bajar y en subir el tramo. Terminé viviendo completamente en Tenancingo y, dispuesta a conocer mi nuevo entorno, acostumbraba a salir a caminar.

Una tarde encontré un viejo edificio con una placa anunciando “Asilo”, pintado de lo que un día fue naranja mandarina; el edificio estaba ajado, pero así como muchas personas con el tiempo se vuelven más bellas, el edificio con los años había tomado un sabor exquisito.

Preguntando se llega a Roma, y al enterarme de la historia del asilo, supe de la historia de Chona la Tejerra, mujer que se unió a las tropas de Villa; amante de la causa, andaba siempre con sus carrilleras puestas, aun después de terminada la Revolución.

Cuentan que una tarde se enfrentó contra un pequeño ejército. En esa batalla todo su grupo fue aniquilado, con excepción de ella. Para sobrevivir tuvo que hacerse pasar por muerta y en medio de la obscuridad y del frio propio del lugar esperó a que sus enemigos terminaran de marcharse. Decidida a no perder la batalla se acerco silenciosamente a la charamusca que celebraba la victoria; la neblina y el alcohol fueron sus aliados; desamarró todos los caballos y huyó triunfante disparando al cielo sus dos pistolas con cachas de plata acompañando su carcajada.

Villa fue asesinado, Chona se hizo vieja y con honores fue instalada en una casona, donde vio pasar el resto de sus días cuidando los limones de su huerto. Los niños del lugar solían brincarse por los muros y llevarse algunos sólo para escucharle reír y echar balazos mientras canturreaba “Dónde están esos pelones que se llevan mis limones”.

Murió sola. Supongo que en las mujeres que rompen paradigmas no es de asombrarse, pero recibió los honores que merecen los generales de guerra. Vestida de gala con su mejor zarape y sus inseparables pistolas fue enterrada en el panteón municipal. Su último deseo fue que la casa que le vio tomar sol por las tardes en el huerto ahora diera techo a las personas mayores del pueblo que la vio partir joven para entregarse a la causa y engrandecida la recibió con los brazos abiertos para acunarle en sus últimos días.

Comentarios

Stilgar ha dicho que…
Encantador...

Gracias por las letras.