La covacha

POR Karini Apodaca

Todos vamos adquiriendo manías con los años. Así que por estas fechas me gusta dar una buena limpieza y deshacerme de las cosas que ya no se usan.

Creo que si en un año no se han usado, no tiene caso retenerlas y es mejor pasarlas a quien sí pueda sacar provecho de ellas.

Este año no sería la excepción, y con el ritmo de trabajo un tanto amodorrado propio de las fechas decembrinas, me decidí a hacerlo.

Separando lo incómodo que es estornudar por el polvo, incursionar en el lugar de los tiliches es una gran pasión, encuentras mil cosas que tienen una historia tremenda, cosas que jamás pensaste encontrar o imaginar siquiera existían en tu casa.

Lo primero que enfiló a la puerta de salida fue la colección de TV NOTAS, que la madre de JL, tan amablemente nos ha ido generando; seguramente nos ve muy analfabetas en los temas de farándula y porno barato que definen a tal edición. Y que el señor de la basura, muy sonriente y chimuelo, con beneplácito subió a su vehículo.

Entrar a lo que aquí en casa llamamos covacha fue casi un acto equiparable a una escena de Indiana Jones; primero porque no se podía dar un paso adentro, segundo porque estaba abarrotado de bolsas para el mandado; creo que hay hasta ediciones especiales de susodichos artefactos. Herramienta dispersa por este pequeño cuarto debajo de la escalera, latas de pintura difíciles de reconocer, siete recipientes para cera automotriz, cargadores de teléfonos antediluvianos. Y al final, justo en lo más profundo de este sagrado lugar, he encontrado una caja llena de esas pequeñas cosas que juntas son nada y en separado son un todo.

Un viejo borrador que aún conserva olor a cereza, un lápiz turquesa 4B, entre otras cosas; un hot weels modelo Caribe en perfecto estado; no pude evitar probarlo y empujarlo por el piso, mi infancia regresó de un golpe. Recordé cuán importante era la forma de girar de las llantas cuando jugaba carreterita con mi hermano. Las horas planeando una autopista dibujada con gis blanco en la banqueta, una infancia con vacaciones llenas de sol y un cielo que entre jacarandas moradas se veía brillante.

Ha sido con mi hermano Marcos con quien compartí juegos de infancia, jugábamos a la lucha libre arriba de la cama de mis padres, usando las toallas del baño como capas. Él siempre era el Santo y yo Blue Demon. A los vaqueros, donde él se ponía todo el kit de El Llanero Solitario y yo como Toro sólo me dejaba la greña suelta. A manera de reflexión de niños siempre fui su compañero, su cómplice en muchas aventuras que hicimos dentro de casa. Enseñamos a volar a la paloma habanera de mi madre, que se gradúo cuando salió volando por la ventana y no le importó a la muy méndiga la regañada que nos dieron.

Después de comprar un organizador para la covacha, he dado un lugar a esta caja que contiene el tesoro de la infancia de un niño, que como yo, gozó infinitamente el poder de su imaginación.

Comentarios

Stilgar ha dicho que…
Nostálgico; muy "ad hoc" para estas fechas, y con el color sepia de tus letras, que mis ojos tristes adoran...

Saludos; mujer, poetisa, diosa!!!

Tu fiel admirador.