Bloody Christmas

POR Karini Apodaca

Este diciembre ha sido un soberano churro.

Mi misma y yo hemos pasado del enojo a la decepción sin tregua, y justo cuando las cosas parecían mejorar y que por fin nos empezaría a ir mejor, ahí llegaba otro problema que aderezaba este drama digno de un culebrón de Televisa.

Creo que sólo me faltó pasar por un embarazo y ser abandonada al dar la noticia al susodicho para decir que diciembre era la suma de todo lo que una historia lacrimosa barata debe tener como básicos.

Las ventajas de cuando la vida te trae a fuego lento, en mi caso, es que pierdo el apetito, y como sé que todo termina por pasar, bueno o malo, mientras va pasando el problema suelo contar los días con los kilos y centímetros que voy perdiendo. Vaya forma de perder el tiempo, pensarán, pero francamente si por más que se intente nada cambia el panorama, qué mejor que jugar con la báscula roja que está fuera del baño, a quien nombro fiel compañera de mis dramas existenciales.

Justo al despedir  el año pesqué una gripa como hace mucho no padecía; la fiebre suele deshacerme en dolor de espalda y, además, en este estado me da por hablar toda la noche.

Molesta por toda la suma decembrina de conflictos con Jl, le advertí: “Cuando me da temperatura soy sonámbula”. Confieso que me dio gusto escucharle con preocupación preguntar:” ¿Qué tan sonámbula?”. Ja, pensé, por lo menos no descanses pensando que entre sonámbula y enojada puede pasar algo realmente sangriento. Mientras le contestaba: “Lo normal, caminar por la casa y esas cosas, tú sabes”. Estoy segura que por su cabeza atravesó el titular: “Escritor de periodismo negro es cruelmente masacrado por sonámbula”.

Recuerdo en algún momento de la madrugada haberme despertado diciendo: mi vida es una novela, espero que para cuando esta novela termine me sienta plena y contenta con la protagonista. 

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