17 de marzo, 2011

Querido blog… a las 3 de la mañana se me fue el sueño

Me gustaría decir que tengo la piel dura y que nada me lastima. La sensación de impotencia me invade. El día de hoy me la he pasado a ratos imaginando que todos mis amigos, reales y virtuales, salen en mi defensa y le ponen una santa barrida a la valiente anónima, y es porque en su momento cómo me hubiera gustado que alguien la callara.

Bueno, por fin el sol alumbró el día y con bastante dificultad me alisté para salir a la oficina. La edición de febrero llegó impresa el lunes, y mientras se preparan los envíos, me toca ahora editar los archivos y subirlos en línea.

Las semanas anteriores básicamente me centré en ventas y redes sociales. ¡Qué difícil es vender ahora! Por muy buenos argumentos que des, la situación de muchas empresas es estrecha.

Preparé las fotos para adecuarlas al formato en línea, banners publicitarios, comprobar ligas, decidí dejar al final la preparación del texto. Mientras tanto, mi jefe y la administradora terminaban de entregar pendientes para acudir a la cita en la cámara. Concentrada escuchaba pasos por aquí e indicaciones por allá.

Por fin sale el dúo dinámico, no sin antes solicitar al auxiliar que les dé 20 números de nuestra flamante revista. Y yo, a duro y dale con el texto en el Dreamweber; no habían pasado 15 minutos de su partida, cuando con temor leo y no lo creo.

Un microsegundo que sentí eterno paralizó la pregunta en mi cerebro ¿Qué dice aquí? Mi imaginación grito NOOOOOOOOO.

¿Por qué a mí? Por qué tenía que ser yo, again, quien descubriera que el nombre de la empresa estaba con error de dedo; lo más peor que estaba en el cabezal enorme, tamaño baño, del reportaje. “Lo digo, no lo digo”, cruzó a mil por hora debatiéndome en quedarme callada y que alguien más haga notar el error. Por otro lado veía a mi querido dúo dinámico llegando a la cámara y escuchando con asombro la notificación del error, y como para que esto pareciera maldición divina, el error era con el mismo cliente a quien en una edición pasada se le había cambiado el apellido.

Y la frase se escuchó: “Houston, tenemos otro problema”, mientras se le notifica a Sputnik que habrá problemas en el aterrizaje. Viene a mi mente y estómago también la horrible sensación de ver que el piso se vuelve un hoyo negro al, incrédula, confirmar una errata impresa. Las veces que yo he pasado por ello y en las cuales incluso he tenido que pagar por mi fallo. Sé que en estos casos no sirve de mucho ponerse en los zapatos de quien se equivocó, pero me es imposible pensar en mi compañera y lo mal que se sintió cuando le informé mi fatal hallazgo el día de hoy.

Los hubieras no existen, pero ayudan algunas veces a encontrar soluciones. Espero que ella no quiera mi cabeza por ser la descubridora y mensajera. Mañana lo sabré.

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