Ahora me voy

POR Karini Apodaca

Estaba en el primer semestre de preparatoria y una amiga de mi mamá, que también tenía a sus hijas en la misma escuela, nos daba rite. Todo el camino íbamos en silencio, recorriendo un periférico que separaba los maizales de la civilización, mientras el sol salía la voz de Emanuele nos acompañaba en el trayecto.

Una mañana tras otra… La amiga de mi madre acababa de divorciarse, como otras amistades cercanas, mujeres que pasaban los cuarenta años, guapas, amas de casa y que habían terminado por aventar la toalla.

En ese entonces, eran las primeras divorciadas en mi entorno, la palabra divorcio apenas aleteaba en el léxico de la comunidad, se decía entre susurros y siempre levantaba especulación y media. A la mayoría de ellas les tocó enfrentarse con la rudeza de una realidad que nadie las preparó a enfrentar.

 Después de años en casa como esposas y madres, su nuevo status las llevaba a tocar puertas para pedir trabajo, que por su falta de experiencia, les daba poco para ganar, a las que mejor les fue terminaron vendiendo seguros de vida.

Mujeres que fueron aleccionadas y contaminadas con los ecos de revistas femeninas, que solo les calentaron la cabeza con todas las "aberraciones" que los hombres cometían, pero jamás les mencionaron que antes de ir por su libertad era necesario conquistar una independencia económica.

Una vez liberadas, sufrieron el estigma de ser señaladas por las que antes fueron sus mejores amigas y alentadoras para dar el paso, y que ahora como mujeres  divorciadas, las señalaban como mujeres hambrientas de sexo y posibles baja maridos.

Ninguna encontró al hombre romántico que bajo la luz de las velas, todas las noches les dijera cuánto las amaba y les leyera versos, la realidad fue distinta. Se dieron cuenta que el simple status de divorciadas las dejaba con el papel mujeres de ocasión, pero no para compromisos serios.

A Dios gracias, los tiempos cambian, las mujeres de hoy desde jóvenes saben que si no quieren vivir bajo la bota masculina, hay que aprender a ser económicamente independientes. Las mujeres solas, no están ávidas de sexo, ni son el culito fácil. Todo lo contrario, somos mujeres que sabemos lo que queremos y que no estamos dispuestas a agachar la cabeza por no estar solas. ¡Ah! y que los hombres extraña vez leen versos.

Si, aún hay una que otra fodonga que jura que una le va tirar el perro, al gordo y mal vestido que tienen por marido, y no falta el pendejete que ofrezca “atender nuestras necesidades”. Pero bueno, no podemos esperar milagros.

La respuesta que no termino de encontrar es: en que momento de la historia los sueños de uno y otro, de los que formamos una relación, se vuelve la causa para decir adiós. Y sin embrago, no es justo que una de las dos partes sacrifique ese sueño... ¿Hay futuro juntos a pesar de que sean tan lejanos los destinos?

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