A dos años

Fue Mariana quién llamó para contarme que en la mañana habían salido mis padres al hospital, ya había pasado todo el día, y apenas se había comunicado mi mamá para informar que iban a internar a mi padre, según el médico tenía una arteria tapada en la pierna y había que amputarla.

¿Qué?, ¿Cómo? es lo primero que pensé, no recuerdo que en días previos ninguno de mis padres mencionará algún síntoma que tuviera que ver con este diagnostico, esa misma noche viajé a Guadalajara.

Por la mañana corrí a verle en la torre de especialidades, cuando lo encontré, él estaba recostado, su mirada dijo tantas cosas, la alegría de verme e inmediatamente la sombra de la resignación. Ambos sabíamos que ésta vez sería diferente.

Cuando uno está grave de salud suele preocuparse por cosas pequeñas, o a si lo ven los demás, recuerdo cuando yo tuve un paro respiratorio por una reacción a la novocaína mi gran angustia era hacer los sobres de la nómina del día siguiente. Así mi padre ahora, me pedía que hiciera el pago del cable que estaba por vencer, después pidió que cuidáramos de "su chaparrita", di por hecho que se refería a mi madre, y si no era así, jamás lo sabré, digo el tampoco aclaró nada.

El médico se acercó a explicar que no había arterias tapadas, había un corazón que se había deformado y ya no bombeaba bien, ¿Será así como terminan todos los corazones cuando la vida aplasta todos tus sueños?.

Siguió explicando que era necesario bajarlo a terapia intensiva. Tarsis,  comenzó a decir no sé qué cuánto de cosas sobre salir bien, mientras la enfermera lo aseaba, le expliqué a Tarsis que dejara de decir todo eso y se preparara para despedirse de él, para Tarsis mi padre era "su muñequito de trapo" desde que sufrió la embolia que le dejó hemipléjico. 

Regresé a casa para informarle a mi mamá sobre el traslado a terapia intensiva. A la distancia, ahora reconozco que mi madre estaba en shock, porque la respuesta que le escuché también me dejó shockeada.

Se negaba a ir a estar en el hospital sin más ni más.

Por la tarde al ser trasladado, sufrió un paro cardíaco y estando Tarsis allí, autorizó su resucitación.

Desde entonces, nunca más volvió a tener consciencia, fueron doce días de turnarse para estar las 24 horas de cada día al pendiente de cualquier noticia.

El pleito de mi madre contra esas absurdas políticas de terapia intensiva, y nuestra negativa a que se le comenzará a practicar una hemodiálisis para alargar su agonia, fue motivo de muchas miradas. No somos de llorar en público, en casa las emociones siempre han sido cuestión de pudor, es más fácil recordar a mis padres en medio de una discusión que en un momento de ternura.

Y mientras en la sala de espera todos tenían cara de congoja o entregados al furor del llanto, nosotros turnábamos los dos lugares a los que teníamos derecho, con libro en mano, periódico del día y dosis de café, el llanto estaba permitido en tu habitación y a solas.

Después del sexto día, los médicos decidieron cambiar de estrategia, y en lugar de hablar con mi madre, decidieron hablar conmigo. Me explicaron la importancia de autorizar la hemodiálisis, les expliqué el deseo de mi padre: "no quedar más lisiado de como habían sido sus últimos cinco años", y obviamente mi cuestionamiento a alargar una vida sin calidad en ella. Dicho esto, me solicitaron firmar los papeles donde yo me hacía responsable de tal decisión.

Después de firmar los papeles, me cayeron cual avalancha todo tipo de pensamientos, desde si le negaba a mi padre el derecho a seguir vivo, de si los milagros existen, hasta la llegada de la vecina de banca vestida de antro y con el perfume más hediondo que recuerdo, pusieron fin a mis dudas.

Llevaba días pidiendo una señal, y no del tipo Mausant, algo que me indicará que estaba haciendo lo correcto.

Un día llegó un tipo a ponerse la bata para visitar a mi papá, y justo cuando comenzaba a pelear por mi derecho a la hora de visita, el tipo gira y era mi tío Enrique, uno de sus compadres. Y no, tampoco era la señal esperada, salió de verle conmocionado, ver a mi papá en esos momentos no era fácil, todo lleno de tubos y moretones, era doloroso.

La memoria es curiosa, llega con su ramillete de recuerdos culposos en el momento inesperado, recordé que algunos meses atrás mi papá me pidió le tomará una foto para subirla en su perfil del facebook, y yo, la muy culera le di largas y nunca lo hice. O cuando me dijo que si le leía las cartas y tampoco lo hice, aunque lo de las cartas no fue por ojete, fue por miedo a confirmar lo que había leído en las cartas de mi madre.

Y de la nada apareció Emily, una mujer que se dedica al reiki, sin más me abordó preguntándome sobre mi padre. Y comenzamos a platicar, me explicó lo que ella había visto ahí dentro y de como mi padre estaba listo para partir, sólo estaba terminando de cerrar su ciclo. Mientras platicábamos salimos al patio y allí llegó una mariposa amarilla que se detuvo en mi cabeza. ¡Mira! exclamó ella, ¡vez como el está bien!.

Cuando niña pregunté porque me llamaron Amaranta, me explicó mi madre que era por un personaje de Cien años de Soledad, que siempre estaba rodeada de mariposas amarillas. Así es, tienen razón, ninguna de las dos Amarantas de la novela tienen algo que ver con las mariposas, pero así lo recordaban ellos.

Miércoles de ceniza, en la frente de mi padre, cada palabra tomó un enorme significado, ir deslizando las cenizas consiente que estaba tan cercano el dicho del hecho.

Según Emily, mi padre estaría listo para partir, en el momento que mi madre tomará su lugar y le soltará. Pero razones le sobraban a mi madre para ir lo menos posible al hospital.

Los días pasaron y tuve que regresar al DF, para obligar a mi madre a estar con él. A medio camino de regresó soñé con sus ojos azules y una gran fiesta con mariachis que no tenían cara. En ese momento desperté y a mi celular llegó la noticia triste y esperada.
A pesar de haber pasado doce días esperando ese momento, el llanto brotó como manantial. Su funeral fue semanas después, y entre el que se organizaba la misa y se encontraba un nicho, ya que el pidió se le cremara, encontramos en su escritorio una nota escrita por él, tal vez previendo las cosas. El día del funeral, se le pidió a Tarsis que las repartiera en la misa, después nos enteramos que nunca las repartió, tal vez para ella era la única forma de quedarse cercana a él.

Mi padre no fue una persona sencilla, de carácter iracundo sus últimos días solía quejarse de la gran soledad en la que vivía, espero que esa soledad ya no exista para él. Ahora está en un nicho en una bonita capilla en una de sus zonas favoritas y tiene varios vecinitos.

"Siempre luchando,
peleo muchas batallas las perdió todas;
solo gano la última"
Sergio Apodaca

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