La Ciudad de la furia

POR Karini Apodaca

Llegar a Buenos Aires y no recordar la estrofa:
Me veras volar 
por la ciudad de la furia 
donde nadie sabe de mi 
y yo soy parte de todos
solo puede pasarte si tu equipaje personal tiene bastantitos años.

Lo poco que he podido ver, en Buenos Aires, es que su arquitectura clásica casi siempre con más de tres pisos de altura, te da cierta idea de pequeñez. Sorprende la cantidad de kioskos de revistas y librerías, que la ubican como una ciudad amante de la lectura.

Aquí no se ven carteles con viejas encueradas para vender tortas o servicios mecánicos. Se ven mujeres de cabellos largos, que se enredan en sus mascadas y llenan de aromas las calles que caminan a la sombra de los viejos edificios. Colillas por las aceras indican que también hay fumadores, y la platica común en muchas ocasiones es sobre política, imagino que por las cercanas elecciones de su vecino Brasil. 

El centro de esta ciudad tan hecha a la europea se vuelve desierto el sábado, sí, igual que en Europa, imagino que para el domingo esto estará muerto.

Por recomendación, hoy planeaba recorrer la Avenida de Corrientes, que me dicen esta repleta de librerías de libros usados, mientras tomo un café cortado, me ubico en el mapa para turistas y marco los puntos de interés que puedo visitar.

Ni hablar, el ingreso del metro grita frente de mi, mientras empino los últimos sorbos de café, cambio de planes, me largo al Centro Cultural Islámico que esta casi donde termina la linea D, un bella forma de justificar mi ingreso al metro.

Me gusta coleccionar viajes en metro, y he podido viajar en ellos en casi todas las ciudades que he conocido.

Temerosa y temeraria ingreso a la estación, está mas húmeda y sucia de lo que imaginaba. Abordo el vagón y llego a la estación Palermo, paso a paso mas emocionada, miro por la calle varias personas con caftanes, a lo lejos observo la arquitectura del lugar y me freno en seco al mirar que el lugar esta custodiado por policías, cuestión de seguridad, cuestión de Johnny la gente esta muy loca, pero miro de lejos una explanada donde las mujeres cubren su cabeza y decido solo observar.

Que se le va a hacer pienso, mientras regreso sobre mis pasos resignada a ingresar al metro, pero... ¿Y si caminamos? dice mimisma.

La ventaja de recorrer una ciudad sola es que te libras de tener que caminar al paso de otro, puedes detenerte a mirar lo que te plazca, básicamente giras a tu ritmo en todo. Lo malo es que falta esa parte de intercambio de opiniones.

Camine por toda Avenida Santa Fe hasta llegar a la calle de Parana, como a modo de GPS mi instinto me hizo dar vuelta en la calle de Paraguay, que por ser tarde de sábado ya estaba vacía, y me encontré con un acogedor restaurancito en el que decidí comer y pedir referencias.

El restaurante mas que acogedor era un compendio de frases medio de izquierda populista y colección de cachivaches clasificables en folk con intenciones de típico, pero, un sombrero de charro no entra en autóctono argentino ¿verdad?.

Con muy buenas indicaciones llegue al Teatro Calderón para ser testigo de un atraco a una pareja perpetrado por dos jóvenes, a la cuadra siguiente otro robo, este asunto de la inseguridad también se ha globalizado y viralizado.

Pasos más adelante me encuentro una gardenia en la banqueta, feliz la levanto, me llenó de su aroma, imagino su breve historia; simplona en esta ocasión, supongo se desprendió de los ramitos que más adelante vendían en el kiosko de revistas.

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